Desde sus inicios, la Revolución Mexicana sentó las bases para evitar la perpetuidad en el poder con un principio claro: “Sufragio efectivo, no reelección”, dijo Francisco I. Madero. Durante décadas, esa premisa se sostuvo como un pilar fundamental de la democracia mexicana.
Sin embargo, en 2014, con la reforma que permitió la reelección consecutiva de legisladores y alcaldes hasta por tres períodos, el país transitó hacia un modelo que, en teoría, fortalecería la experiencia legislativa y la profesionalización del servicio público. Este método tiene éxito en Estados Unidos y Europa, dijeron.
El problema es que, en nuestro país, en la práctica, esta reforma no derivó en un sistema más eficiente ni en una mejor representación popular. Al contrario, la debilidad de nuestra democracia y el arcaico sistema de partidos abrieron la puerta a una dinámica en la que la reelección se convirtió en un recurso para perpetuar a las mismas familias en el poder, consolidando redes de influencia y tráfico de posiciones dentro de los partidos y gobiernos.
En lugar de fortalecer la democracia, esta política permitió el arraigo del nepotismo electoral, una práctica que antepone los lazos familiares y políticos sobre la capacidad, el trabajo y el mérito.
La reciente reforma aprobada en el Congreso de la Unión, lejos de corregir este problema de inmediato, lo posterga hasta 2030, dejando el camino libre para que, en 2027, los mismos grupos políticos mantengan su control sin restricciones. La pregunta obligada es: si la reelección y el nepotismo son un problema, ¿por qué esperar seis años para corregirlo? ¿Por qué no implementar el cambio de manera inmediata? La única respuesta posible es que esta medida es producto de una negociación en la que los intereses de unos pocos —los que aprobaron la reforma— se han puesto por encima de la exigencia ciudadana de transformar la política.
El nepotismo es una de las deformaciones más evidentes de la democracia en México y en Guerrero. Se manifiesta no solo en el ámbito electoral, sino en todas las estructuras del poder: en el Congreso, en los gobiernos municipales, en el Poder Judicial y en la administración pública. Es la práctica mediante la cual se designa a familiares, allegados y amigos en cargos clave, sin importar su preparación o capacidad.
Lo preocupante es que esta nueva reforma electoral no ataca el problema de raíz, sino que simplemente lo pospone. Se vende la idea de que estamos dando un paso adelante en la lucha contra el nepotismo, pero al mismo tiempo se permite que, en 2027, las boletas electorales sigan plagadas de los mismos apellidos. No se trata de un avance, sino de una estrategia de contención para que los grupos políticos en el poder puedan ajustar sus planes de sucesión sin sobresaltos.
En Guerrero, como en muchas partes del país, la reelección ha significado la consolidación de grupos políticos que dominan candidaturas y espacios de poder a través de la sucesión entre familiares. En lugar de representar a la ciudadanía con una visión renovada, los congresos y ayuntamientos han terminado siendo plataformas de reciclaje político.
Nuestro estado necesita reformas profundas y valientes, no simulaciones diseñadas para proteger a las élites políticas. Si revisamos los apellidos —los de mero arriba—, son los mismos desde hace 30 años en todos los partidos. La decisión de aplazar la entrada en vigor de esta reforma hasta 2030 es una muestra clara de que el sistema cierra filas para defenderse a sí mismo.
Es momento de definiciones, y nosotros, en el PRD Guerrero, elegimos la democracia real, no la simulada. Por ello, debemos dar un paso adelante. En nuestra legislación interna y en los hechos, deben quedar proscritos los lastres de la política mexicana. Debemos estar del lado de quienes exigen una política limpia, sin trampas; debemos condenar a quienes ven la política como sinónimo de mentira y negocio.
No más herencias políticas disfrazadas de procesos democráticos. Porque el poder no debe ser un derecho hereditario, sino una responsabilidad que se gane con trabajo, honestidad y compromiso. Veremos.